Moonwalk

              MOONWALK

                         BY

         MICHAEL JACKSON

 

 

 

 

                                                                                   Capítulo 1

                                                               Tan Sólo Niños con un Sueño

Siempre deseé poder contar historias, ya saben, historias que me salieran del alma. Me gustaría sentarme junto al fuego y contarle historias a la gente, enseñarles fotografías, hacerlos llorar y reír, llevarlos emocionalmente a cualquier lugar con algo tan simple como las palabras. Me gustaría contar cuentos que conmovieran sus almas y las transformasen. Me imagino cómo deben sentirse los grandes escritores, sabiendo que poseen tal poder. A veces siento que yo podría hacerlo. Es algo que me gustaría desarrollar. De alguna manera, el escribir canciones utiliza las mismas habilidades, crea los altibajos emocionales, pero la historia es corta. Es como azogue. Existen muy pocos libros sobre el arte de contar historias, cómo mantener la atención de los lectores, cómo reunir un grupo de personas y divertirías. Sin vestidos, sin maquillaje, sin nada, solamente tú y tu voz y tu capacidad poderosa para llevarles a cualquier sitio, para transformar sus vidas, aunque sólo sea durante unos minutos.

Al empezar a contar mi propia historia, quiero repetir lo que usualmente digo a la gente cuando me preguntan acerca de mis primeros días con los «Jackson 5»: yo era tan pequeño cuando comenzamos a trabajar en nuestra música que realmente no recuerdo gran cosa. La mayoría de la gente goza del lujo de haber hecho carreras que comienzan cuando tienen la suficiente edad para saber exactamente lo que están haciendo y por qué lo hacen, pero, naturalmente, a mí no me pasó así. Recuerdan todo lo que les sucedió, pero yo solamente tenía cinco años. En realidad, cuando eres un niño del mundo del espectáculo, no tienes madurez para entender muchas de las cosas que ocurren a tu alrededor. La gente toma un montón de decisiones respecto a tu vida cuando sales de la habitación. Así que esto es lo que recuerdo. Recuerdo que cantaba todo lo que mi voz me permitía y bailaba con auténtica alegría y trabajaba demasiado duramente para ser un niño. Por supuesto, existen muchos detalles que no recuerdo en absoluto. Recuerdo que los «Jackson 5» despegaron realmente cuando yo sólo tenía ocho o nueve años.

Nací en Gary, Indiana, una noche de las últimas del verano de 1958, y fui el séptimo de los nueve hijos de mis padres. Mi padre, Joe Jackson, nació en Arkansas, y en 1949 se casó con mi madre, Katherine Scruse, cuya familia provenía de Alabama. Mi hermana Maureen nació al año siguiente y le tocó la dura tarea de ser la mayor. Jackie, Tito, Jermaine, LaToya y Marlon fueron los siguientes. Randy y Janet vinieron detrás de mí.

Una parte de mis primeros recuerdos es el de mi padre trabajando en la fundición de acero. Era un trabajo duro y entumecedor y él se dedicaba a la música para evadirse. Al mismo tiempo, mi madre trabajaba en un almacén. A causa de mi padre y también del propio amor de mi padre por la música, nosotros la escuchábamos todo el tiempo en casa. Mi padre y su hermano formaban un grupo llamado «The Falcons», que constituía la banda local R & B. Mi padre tocaba la guitarra, al igual que su hermano. Ellos interpretarían algunas canciones del principio del rock’n’roll y blues de Chuck Berry, Little Richard, Otis Redding. Aquellos estilos eran sorprendentes y todos tuvieron influencia sobre Joe y sobre nosotros, aunque éramos demasiado jóvenes para darnos cuenta de ello en aquella época. The Falcons ensayaban en el salón de nuestra casa, en Gary, de modo que yo crecí en medio del ambiente de la banda R & B. Dado que éramos nueve hermanos y el hermano de mi padre tenía otros ocho hijos, nuestros contingentes sumados componían una familia enorme. Nuestra diversión consistía en la música y aquellos ratos nos ayudaban a permanecer unidos y de alguna manera daban respaldo a mi padre para que se condujese como un hombre orientado por la idea de la familia. «The Jackson 5» nacieron de este espíritu -más tarde adoptamos el nombre de «The JJacksons»- y como resultado de este adiestramiento y de esa tradición musical yo me desenvolví por mi cuenta y creé mi propio sonido.

Recuerdo mi niñez como compuesta en su mayor parte por trabajo, a pesar de que me encantaba cantar. No me obligaron a entrar en esta profesión unos progenitores dedicados al espectáculo, como ocurrió con Judy Garland. Yo lo hice porque me gustaba y porque me resultaba tan natural como exhalar el aliento tras haber hecho una inspiración. Lo hice porque me sentí compelido a ello, no por mis padres o la familia, sino por mi propia vida interior, dentro del mundo de la música.

Hubo ocasiones, dejémoslo en claro, en que yo volvía a casa de la escuela y sólo tenía tiempo para sacar los libros y ponerme a estudiar. Una vez que terminaba, me ponía a cantar hasta altas horas de la noche, rebasando la hora fijada para acostarme. Había un parque al otro lado de la calle, frente al estudio Motown, y recuerdo que contemplaba a los muchachos que jugaban allí. Les miraba con asombro -no podía imaginarme semejante libertad, una vida tan desprovista de cuidados- y yo deseaba más que nada en el mundo disponer de semejante libertad, poder marcharme y ser como ellos. Así, pues, viví momentos de tristeza durante mi infancia. Cualquier estrella infantil podrá decir lo mismo. Elizabeth Taylor me dijo que ella también se había sentido así. Cuando eres joven y estás trabajando, el mundo puede parecer terriblemente injusto. Yo no estaba obligado a ser el pequeño Michael, primera figura cantante; yo lo hacía y estaba feliz con ello, pero efectuarlo constituía un trabajo intenso. Si estábamos preparando un álbum, por ejemplo, teníamos que ir al estudio a la salida de la escuela y podía ocurrir que almorzáramos o no. Algunas veces no había tiempo ni para eso. Volvía a casa agotado, y podían ser las once o las doce, mucho más tarde de la hora de acostarme.

De este modo, me identifico profundamente con cualquiera que haya trabajado de niño. Sé cuánto ha luchado y cuánto ha sacrificado. También sé lo que ha aprendido. Yo aprendí que el desafío va aumentando a medida que se crece en edad. Yo me siento mayor por algunas razones. Me siento como si tuviera el alma vieja, como alguien que ha visto y ha experimentado una enormidad de cosas. Repasando todos los años que he vivido, me cuesta aceptar que sólo tengo veintinueve. Algunas veces me siento como si estuviera al final de mi vida, doblando el cabo de los ochenta, con la gente dándome palmaditas en la espalda. Éste es el resultado de haber empezado tan joven.

Cuando actué por vez primera junto con mis hermanos, se nos conocía por «The Jacksons». Más tarde nos convertiríamos en «The Jackson 5». Todavía más tarde, después de dejar Motown, volvimos a utilizar el nombre de «The Jacksons».

Cada uno de mis álbumes o de los álbumes del grupo ha estado dedicado a nuestra madre, Katherine Jackson, ya que ella se hizo cargo de nuestras carreras y empezó a producir nuestra música. En mis primeros recuerdos la veo sosteniéndome y cantando canciones como You Are My Sunshine y Cotton Fields. Ella nos cantaba a menudo a mí y a mis hermanos. Aunque había vivido en Indiana durante algún tiempo, mi madre creció en Alabama, y en aquella parte del país era tan corriente que los negros fueran educados con música country u occidental puesta en la radio, como lo era para ellos el escuchar espirituales en la iglesia. A ella hoy le sigue gustando Willie Nelson. Ella siempre tuvo una voz bonita y creo que yo recibí de ella y, naturalmente, de Dios, mi habilidad para cantar.

Mamá tocaba el clarinete y el piano, que ella enseñó a tocar a mi hermana mayor, Maureen, a la que llamamos Rebbie, tal como había enseñado a mi otra hermana mayor, LaToya. Mi madre sabía, desde una edad muy temprana, que nunca tocaría la música que le gustaba delante de otros, no porque le faltaran talento o capacidad, sino porque había quedado lisiada por la polio cuando era niña. Logró superar la enfermedad pero no sin que le quedara una cojera permanente al caminar. Tuvo que faltar mucho a la escuela de niña, pero nos dijo que se sentía feliz de haberse recuperado en una época en la que muchos morían de la enfermedad. Recuerdo lo importante que era para ella que nos pusiéramos la vacuna. Incluso hizo que faltáramos a un espectáculo del club juvenil un sábado por la tarde. Tal era la importancia que tenía en nuestra familia.

Mi madre sabía que su polio no había sido una maldición sino una prueba a la que Dios la había sometido para que la superase y ella inspiró en mí un amor por Él que siempre conservaré. Me enseñó que mi talento para cantar y bailar era tanto obra de Dios como una puesta de sol hermosa o una tormenta que deja nieve para que los niños puedan jugar con ella. A pesar de todo el tiempo que pasamos ensayan o y viajando, mamá encontraría tiempo para llevarme al Salón del Reino de los Testigos de Jehová, usualmente con Rebbie y LaToya.

Años más tarde, después de haber dejado Gary, hicimos una representación en «The Ed Sullivan Show», el espectáculo en directo de variedades del domingo por la noche en el que América vio por primera vez a The Beatles, Elvis y Sly and The Family Stone. Después del espectáculo, Mr. Sullivan nos felicitó y nos dio las gracias a cada uno de nosotros; pero yo estaba pensando en lo que él me había dicho antes del espectáculo. Yo había estado vagando por el escenario como el muchacho del anuncio de Pepsi y tropecé con Mr. Sullivan. Él pareció que se alegraba de verme y me dio la mano, pero antes de que la soltase tuvo un mensaje especial para mí. Estábamos en 1970, año en el cual algunos de los mejores intérpretes de rock estaban perdiendo sus vidas a causa de las drogas y el alcohol. La generación mayor, más sabia, en el negocio del espectáculo no estaba dispuesta a perder a sus miembros más jóvenes. Algunas personas ya habían dicho que yo les recordaba a Frankie Lymon, un gran cantante joven de los años cincuenta que perdió la vida de aquella manera. Ed Sullivan puede que hubiera estado pensando en todo esto cuando me dijo: «Nunca olvides de dónde viene tu talento, tu talento es don de Dios. »

Yo me sentí agradecido por su amabilidad, pero podría haberle dicho que mi madre nunca dejó que lo olvidara. Nunca tuve la polio, que es un pensamiento aterrador para un bailarín, pero yo sabía que Dios me había probado a mí y a mis hermanos y hermanas de otras maneras: nuestra copiosa familia, nuestra casa diminuta, la pequeña cantidad de dinero con la que teníamos que llegar a fin de mes, incluso los tipos envidiosos de la vecindad que tiraban piedras contra nuestras ventanas cuando ensayábamos, gritando que nosotros nunca tendríamos éxito. Cuando pienso en mi madre y en nuestros primeros años puedo decir que existen recompensas que van mucho más allá del dinero y de los aplausos y premios del público.

Mi madre fue una gran promotora. Si ella creía que uno de nosotros tenía interés en algo, nos animaba si existía algún camino posible. Si yo desarrollaba interés en estrellas de cine, por ejemplo, ella venía a casa con un montón de libros acerca de estrellas famosas. Incluso teniendo nueve hijos ella nos trataba a cada uno de nosotros como a un hijo único. No hay ninguno de nosotros que haya olvidado alguna vez lo duramente que trabajó y la gran promotora que fue. Es una vieja historia. Todos los niños piensan que su madre es la más grande del mundo, pero nosotros, los Jackson, nunca perdimos aquel sentimiento. Dada la gentileza, el calor, y la atención de Katherine no puedo imaginarme cómo se puede crecer sin un amor de madre.

Una cosa que sé acerca de los niños es que si ellos no reciben de sus padres el amor que necesitan, lo conseguirán de otra persona y se aferrarán a la misma, un abuelo, alguien. Nosotros nunca tuvimos que buscar a nadie más estando mi madre cerca. Las lecciones que nos enseñó fueron de incalculable valor. Amabilidad, amor y consideración para los demás encabezaban su lista. No hacer daño a la gente. No suplicar, nunca ir de gorra. Estas cosas eran pecado en nuestra casa. Ella siempre quiso que nosotros diéramos, pero nunca quiso que pidiéramos o suplicáramos. Así es ella.

Recuerdo una buena historia acerca de mi madre que ilustra su modo de ser. Un día, de vuelta a Gary, cuando yo era realmente pequeño, un hombre llamó a todas las puertas por la mañana temprano. Sangraba de tal manera que se podía ver el camino que había seguido por el vecindario. Nadie le quiso dejar entrar. Finalmente llegó a nuestra puerta y comenzó a llamar y dar golpes. Mi madre le dejó entrar enseguida. Ahora bien, la mayoría de la gente hubiera estado demasiado asustada para hacer eso, pero mi madre es así. Puedo recordar que me desperté y encontré sangre en nuestro suelo. Me gustaría que todos pudiéramos parecernos más a mi mamá.

Los primeros recuerdos que tengo de mi padre son de verle viniendo de la fundición con una gran bolsa de donas glaseadas para todos nosotros. Mis hermanos y yo podíamos entonces de veras comer a cada momento; aquella bolsa desaparecería en un abrir y cerrar de ojos. Él solía llevarnos al tio-vivo del parque pero yo era tan pequeño que no lo recuerdo muy bien.

Mi padre siempre ha sido un poco misterioso para mí y él lo sabe. Una de las pocas cosas que lamento más es no haber podido tener intimidad real con él. Él erigió una coraza a su alrededor con el paso de los años y, una vez que cesó de hablar acerca del negocio de nuestra familia, encontró difícil relacionarse con nosotros. Estábamos todos juntos y él se apresuraba a abandonar la estancia. Incluso hoy le cuesta tocar el tema de padres e hijos porque se siente demasiado incómodo. Cuando yo veo que lo está, también me siento igual.

Mi padre siempre nos protegió y eso no es ninguna pequeñez. Siempre intentó asegurarse de que la gente no nos engañaba. Él veló por nuestros intereses de la mejor manera. Quizá cometió algunos errores a lo largo del camino, pero siempre pensó que estaba haciendo lo que era adecuado para su familia. Y, naturalmente, la mayor parte de lo que mi padre nos ayudó a realizar fue maravilloso y único, en especial en lo referente a nuestras relaciones con sociedades y gente del negocio. Yo diría que nos contábamos entre unos pocos artistas afortunados que salían de la niñez en el negocio con algo importante: dinero, fincas, otras inversiones. Mi padre realizó todas estas cosas para nosotros. Él se preocupó tanto por nuestros intereses como por el suyo. Hasta el día de hoy le agradezco que no se quedara con todo el dinero, cosa que, en cambio, sí hacen muchos padres de estrellas infantiles. Imagínense, robar a sus propios hijos. Mi padre nunca hizo nada parecido. Pero yo todavía no lo conozco y esto es triste para un hijo que tiene la imperiosa necesidad de entender a su propio padre. Él es todavía un misterio para mí y puede que lo siga siendo siempre.

Lo que yo recibí de mi padre no fue necesariamente llovido del cielo, aunque la Biblia dice que uno recoge lo que siembra. Mientras íbamos saliendo adelante, papá lo decía de una manera diferente, pero el mensaje era igualmente claro: uno podría tener todo el talento del mundo, pero si no se preparaba y planificaba, no le serviría de nada.

A Joe Jackson siempre le había gustado cantar y la música tanto como a mi madre, pero él también sabía que había un mundo más allá de Jackson Street. Yo no era lo suficientemente mayor para recordar su conjunto, The Falcons, pero ellos venían a nuestra casa a ensayar los fines de semana. La música los alejaba de sus trabajos en la fundición, donde papá conducía una grúa. The Falcons tocaban por toda la ciudad y en clubs y colegios por el norte de Indiana y Chicago. En los ensayos de nuestra casa, papá sacaba su guitarra del armario y la conectaba al amplificador que tenía en el sótano. Todos se preparaban y la música comenzaba. A él siempre le habían gustado el ritmo y los blues y aquella guitarra era su orgullo y alegría. Considerábamos un sitio casi sagrado el armario donde guardaba la guitarra. Es redundante decir que estaba fuera de nuestro alcance cuando éramos muchachos. Papá no iba al Salón del Reino con nosotros pero tanto mamá como papá sabían que la música era una manera de mantener unida a nuestra familia en un vecindario donde las bandas delictivas reclutaban muchachos de la edad de mis hermanos. Los tres chicos mayores siempre tenían una excusa para estar por allí cuando venían The Falcons. Papá les hacía pensar que se les estaba dando un trato especial al permitírselas escuchar, pero él estaba realmente deseoso de tenerlos allí.

Tito observaba todo lo que pasaba con el mayor interés. Él había aprendido a tocar el saxofón en la escuela, pero podía decir que sus manos eran lo suficientemente grandes como para rasguear las cuerdas y entrar en las improvisaciones que tocaba mi padre. Tenía sentido que se integrara en ellas porque Tito se parecía tanto a mi padre que todos esperábamos que compartiera los talentos de él. La magnitud del parecido fue impresionante a medida que se hizo mayor. Quizá mi padre se dio cuenta del entusiasmo de Tito porque estableció reglas para todos mis hermanos: nadie podría tocar la guitarra cuando él estuviera fuera. Y punto.

Por lo tanto, Jackie, Tito y Jermaine cuidaban de que mamá estuviera en la cocina cuando «tomaban prestada» la guitarra. Ellos también tenían cuidado de no hacer ningún ruido cuando la sacaban. Entonces volvían a nuestra habitación y ponían la radio o el pequeño tocadiscos de modo que pudieran tocar. Tito colocaba la guitarra sobre su barriga mientras se sentaba sobre la cama y la apoyaba. Él hacía turnos con Jackie y Jermaine y probaban las escalas que estaban aprendiendo en la escuela del mismo modo que intentaban plantearse cómo conseguir la partitura de los «Green Onions» que habían escuchado en la radio.

Por aquel entonces yo tenía edad suficiente para colarme dentro y observar si prometía no decir nada. Un día mamá, finalmente, los descubrió y todos nosotros nos quedamos preocupados. Ella riñó a los chicos, pero dijo que no lo contaría a papá si nosotros teníamos cuidado. Sabía que la guitarra les estaba protegiendo de irse con una multitud de maleantes y quizá de recibir algún golpe. Así que no estaba dispuesta a suprimir nada que les mantuviera al alcance de su mano.

Por supuesto, algo malo tenía que ocurrir un día u otro y, en un momento dado, se rompió una cuerda de la guitarra. Mis hermanos fueron presa del pánico, pero no había tiempo para repararla antes de que papá regresara a casa, y además ninguno de nosotros sabía dónde acudir para que la compusieran. Mis hermanos no pudieron concebir ninguna idea salvadora y se limitaron a guardar de nuevo la guitarra en el armario y a confiar en que mi padre se figurase que se había roto sola. Como era de suponer, papá no se tragó tal cosa y se puso furioso. Mis hermanas me dijeron que me mantuviera al margen del asunto y disimulara. Oí llorar a Tito después que papá lo descubriera y salí a investigar. Tito estaba llorando en la cama cuando papá regresó y le mandó levantarse. Tito estaba espantado, pero mi padre se limitó a permanecer frente a él, teniendo en la mano su guitarra favorita. Le dirigió a Tito una mirada dura y penetrante y le dijo: «Hazme saber lo que eres capaz de hacer. »

Mi hermano sacó fuerzas de donde pudo y comenzó a tocar unos acordes que había ideado él mismo. Cuando mi padre vio lo bien que podía tocar Tito, se dio cuenta de que, evidentemente, había estado ensayando y comprendió que Tito y el resto de nosotros no considerábamos su guitarra favorita como un juguete. Vio con claridad que lo ocurrido era un simple accidente. En ese instante entró mi madre y proclamó su entusiasmo por nuestro talento. Dijo que nosotros teníamos vocación y que debería escucharnos. Durante los días siguientes siguió apoyándonos y, de este modo, un día papá se dispuso a escucharnos y le gustó lo que pudo oír. Tito, Jackie y Jermaine comenzaron a ensayar juntos en serio. Un par de años más tarde, cuando yo tenía unos cinco años, mamá le comentó a papá que yo era un buen cantante y podría tocar los bongos. Me convertí en miembro del grupo.

En aquellos tiempos mi padre decidió que lo que estaba ocurriendo en su familia era algo serio. Gradualmente comenzó a dedicar menos tiempo a The Falcons y más a nosotros. Habíamos terminado un ensayo global y nos dio indicaciones y nos enseñó técnicas de guitarra. Marlon y yo no teníamos edad suficiente para tocar, pero mirábamos mientras papá ensayaba con los mayores y aprendíamos mientras mirábamos. Estaba todavía en pie la prohibición contra el uso de la guitarra de papá si él no estaba presente, pero mis hermanos eran felices usándola siempre que podían. La casa de Jackson Street estaba pletórica de música. Papá y mamá habían costeado unas clases de música para Rebbie y Jackie cuando eran pequeñitos, de modo que ellos contaban con una buena base. El resto de nosotros había recibido clases de música y de conjunto en las escuelas de Gary, pero todas las prácticas eran pocas para estructurar toda aquella energía.

The Falcons estaban todavía ganando dinero, por esporádicas que fueran sus actuaciones, y aquel dinero extraordinario era importante para nosotros. Era suficiente para que hubiera un plato en la mesa para aquella creciente familia, pero no lo bastante para proporcionarnos cosas que no fueran necesarias. Mamá trabajaba a horas en Sears, y papá seguía en la fundición de acero, y nadie pasaba hambre, pero, al evocar esa época, me da la sensación de que las cosas debían parecer entonces como un pozo sin salida. Cierto día, papá se retrasó en su vuelta a casa y mamá empezó a preocuparse. Cuando él llegó, mamá estaba dispuesta a decirle cuatro cosas, hecho que los chicos no teníamos inconveniente en presenciar de vez en cuando, simplemente para comprobar si él era capaz de sobrellevar las consecuencias de sus actos. Sin embargo, esta vez, cuando asomó la cabeza por la puerta, vimos que tenía un gesto malicioso y que estaba ocultando algo en su espalda. Nos quedamos asombrados todos cuando mostró una guitarra roja reluciente, algo más pequeña que la del armario. Todos supusimos que esto significaba que podríamos disponer de la vieja. Pero papá dijo que la nueva guitarra era para Tito. Nos agolpamos todos a su alrededor para admirarla, mientras papá le decía a Tito que tendría obligación de compartirla con cualquiera que quisiera estudiar con ella. No estábamos autorizados a llevarla a la escuela para enseñarla. Era un regalo de importancia y aquel día constituyó una jornada trascendental para la familia Jackson.

Mamá se sentía muy feliz por nosotros, pero ella también conocía a su marido. Era más consciente que nosotros de las enormes ambiciones y planes que él tenía para nosotros. Él le había comenzado a hablar sobre ellos por la noche después que los chicos nos hubiéramos acostado. Tenía sueños y esos sueños no se detenían en una guitarra. Muy pronto estuvimos tratando de equipos y no solamente de capacidades. Jermaine consiguió un bajo y un amplificador. Hubo maracas para Jackie. Nuestro dormitorio y nuestro salón empezaron a parecer un almacén de música. A veces había oído discutir a papá y mamá cuando surgía el tema del dinero porque todos aquellos instrumentos y accesorios significaban que teníamos que pasar sin algo de lo que necesitábamos cada semana. Papá era persuasivo, firme, y utilizó todos los trucos posibles.

Tuvimos incluso micrófonos en la casa. Parecían un auténtico lujo en aquella época, en especial para una mujer que estaba intentando estirar un presupuesto muy pequeño, pero yo he llegado a darme cuenta de que el tener aquellos micrófonos en nuestra casa no era solamente un intento de estar a la altura del vecino o de cualquiera en competiciones nocturnas de aficionados. Los micrófonos estaban allí para ayudarnos en nuestra preparación. Yo vi a gente en concursos de noveles, que probablemente se tenían por grandes en casa, derrumbarse en el momento en que se ponían frente a un micrófono. Otros empezaban a gritar sus canciones para probar que no necesitaban los micros. Ellos no tenían la ventaja de que disponíamos nosotros, una ventaja que solamente puede darte la experiencia. Creo que probablemente algunas personas tuvieron envidia porque podían decir que nuestra destreza con los micrófonos nos daba ventaja. Si eso fue verdad, nosotros hicimos tantos sacrificios -en nuestro tiempo libre, en el trabajo escolar y con los amigos-, que nadie tenía derecho a sentirse envidiosos. Nos estábamos convirtiendo en chicos muy buenos, pero estábamos trabajando como personas que tuvieran el doble de nuestra edad.

Mientras observaba a mis hermanos mayores, incluyendo a Marlon en los bongos, papá consiguió una pareja de tipos jóvenes llamados Johnny Jackson y Randy Rancifer para que tocaran la batería y el órgano. Motown proclamaría más tarde que ellos eran nuestros primos, pero eso fue solamente un adorno por parte de los relaciones públicas, que querían que pareciésemos una gran familia. ¡Nos habíamos convertido en un auténtico conjunto! Yo era como una esponja, observaba a todos e intentaba aprender todo lo que podía. Estaba totalmente absorto cuando mis hermanos ensayaban o tocaban en espectáculos de caridad o centros comerciales. Yo estaba fascinado sobre todo cuando observaba a Jermaine porque él era el que cantaba en aquel momento y era un hermano mayor para mí; en cambio Marlon estaba demasiado parecido a mí en edad para serlo. Era Jermaine quien me llevaba a la guardería y cuyos vestidos heredaría yo. Cuando hacía algo, yo intentaba imitarlo. Cuando tenía éxito en ello mis hermanos y papá se reían, pero cuando comencé a cantar me prestaron atención. Entonces yo cantaba con voz de niño y solamente imitaba sonidos. Era tan pequeño que no sabía lo que significaban muchas de las palabras, pero cuanto más cantaba, mejor me salía.

Siempre supe bailar. Yo observaba los movimientos de Marlon porque Jermaine tenía que llevar el gran bajo pero también porque con Marlon, que tenía solamente un año más que yo, podía seguir el compás. Pronto estuve haciendo la mayor parte del canto en casa y preparándome para unirme a mis hermanos en público. A través de nuestros ensayos, todos nos estábamos dando cuenta de nuestras particulares fuerzas y debilidades como miembros del grupo y el cambio de responsabilidades se estaba produciendo de modo natural.

La casa de nuestra familia en Gary era diminuta, en realidad tan sólo contaba tres habitaciones, pero en aquel momento me parecía mucho más grande. Cuando uno es así de joven todo el mundo parece tan enorme que una pequeña habitación puede parecer cuatro veces mayor de lo que en verdad es. Cuando volvimos a Gary años más tarde, a todos nos sorprendió lo diminuta que era aquella casa. Yo la había recordado como grande, pero uno podía dar cinco pasos desde la puerta principal y salir por la parte trasera. Realmente, no era más grande que un garaje, pero cuando vivíamos allí nos parecía bonita, simples chiquillos, a todos nosotros. Uno ve las cosas desde perspectivas tan distintas cuando se es joven. Recuerdo de forma confusa nuestros días de escuela en Gary. Recuerdo con vaguedad que me dejaron delante de mi escuela el primer día de guardería y recuerdo claramente que la odié. No quería que mi madre me dejara, por supuesto, y no quería estar allí.

Con el tiempo me amoldé, como lo hacen todos los chicos, y llegué a amar a mis profesores, sobre todo a las mujeres. Ellas siempre fueron muy amables con nosotros y simplemente me querían. Aquellas profesoras eran maravillosas; yo pasaba de un grado al siguiente y ellas lloraban y me abrazaban y me decían cuánto les disgustaba ver que yo dejaba sus clases. Yo estaba tan loco por mis profesoras que llegué a robar las joyas de mi madre para regalárselas a ellas. Ellas se sintieron muy conmovidos, pero finalmente mi madre lo averiguó y puso fin a mi generosidad con sus cosas. Esa necesidad que tenía de darles algo a cambio de lo que yo estaba recibiendo era mi manera de expresarles lo mucho que los quería a ellas y a aquella escuela.

Un día, en el primer grado, yo participé en un programa que se representó delante de todo el colegio. Cada uno de nosotros en cada clase tenía que hacer algo, así que me fui a casa y lo comenté con mis padres. Decidimos que llevaría pantalones negros y una camisa blanca y cantaría «Climb Every Mountain» de The Sound of Music. Cuando terminé aquella canción la reacción del auditorio me sobrecogió. El aplauso fue atronador y la gente estaba sonriendo; algunos de ellos estaban de pie. Mis profesoras estaban llorando y yo simplemente no podía creerlo. Les había hecho felices a todos. Era un sentimiento muy profundo. Yo me sentía también un poco confuso, porque pensaba que no había hecho nada especial. No se trataba más que de cantar de la misma manera que cantaba en casa cada noche. Cuando estás representando no te das cuenta de cómo suena o cómo te estás comunicando. Sólo abres la boca y cantas.

Pronto papá empezó a prepararnos para concursos de noveles. Él era un gran entrenador, y empleó mucho dinero y tiempo trabajando con nosotros. El talento es algo que Dios da a una persona pero nuestro padre nos enseñó a cultivarlo. Creo que nosotros también teníamos cierto instinto para el negocio del espectáculo. Nos gustaba representar y poníamos todo lo que teníamos en ello. Él se sentaba con nosotros cada día después de la escuela y nos entrenaba. Nosotros representábamos para él y él nos criticaba. Si uno se despistaba, le pegaba, a veces con un cinturón, a veces con una varilla. Mi padre era realmente estricto con nosotros, realmente estricto. Marlon era el que estaba en apuros todo el tiempo. Por otro lado, a mí me pegaban por cosas que sucedían la mayoría de las veces fuera del ensayo. Papá me ponía tan furioso y dolido que yo intentaba revolverme contra él y él me golpeaba todavía más. Me sacaba un zapato y se lo arrojaba o simplemente contraatacaba moviendo los puños. Por eso recibí más que todos mis hermanos juntos. Yo me revolvía y mi padre me quería materialmente hacer pedazos. Mi madre me decía que yo me rebelaba incluso cuando era muy pequeño, pero yo no lo recuerdo. Yo recuerdo haber corrido bajo las mesas para librarme de él, con lo que lo enfurecía todavía más. Manteníamos una relación turbulenta.

La mayor parte del tiempo, sin embargo, nos limitábamos a ensayar. Nosotros siempre ensayábamos. A veces, tarde por la noche, teníamos tiempo de hacer algunos juegos o de jugar con nuestros juguetes. Podía haber un juego del escondite o saltábamos a la cuerda, pero eso era todo. Pasábamos la mayor parte de nuestro tiempo trabajando. Recuerdo con toda claridad que entraba corriendo en la casa con mis hermanos cuando mi padre venía, porque nos habríamos visto en apuros si no hubiéramos empezado los ensayos puntualmente.

A lo largo de todo este tiempo mi madre fue del todo solidaria con nosotros. Ella había sido la primera que había reconocido nuestro talento y continuó ayudándonos a realizar nuestro potencial. Es difícil creer que hubiéramos llegado hasta donde lo hicimos sin su amor y su buen humor. Ella se preocupaba por el stress que soportábamos y las largas horas de ensayo, pero nosotros queríamos ser los mejores y realmente amábamos la música.

La música era importante en Gary. Teníamos nuestras propias emisoras de radio y clubs nocturnos, y no faltaba gente que quisiera estar en ellos. Después de dirigir nuestros ensayos del sábado por la tarde, papá iba a ver un espectáculo local o incluso conducía durante todo el camino hasta Chicago para ver la representación de alguien. Él siempre observaba las cosas que pudieran ayudarnos en nuestra carrera. Venía a casa y nos explicaba lo que había visto y quién lo estaba haciendo. Estaba al corriente de las últimas novedades, tanto si se trataba de un teatro local que organizaba concursos en los que pudiéramos entrar, como de un espectáculo de cabalgata de estrellas con grandes números, cuyos vestidos o movimientos pudiéramos adaptar. A veces yo no veía a papá hasta que volvía del Salón del Reino los domingos, pero, tan pronto como yo entraba en casa, él me contaba lo que había visto la noche anterior. Me aseguraba que yo podía bailar sobre una pierna como James Brown sólo con que intentara realizar este paso. Ahí estaba yo, recién llegado de la iglesia y metido en el negocio del espectáculo.

Comenzamos a recoger trofeos con nuestro número cuando yo tenía seis años. Nuestra alineación estaba establecida; el grupo me caracterizó como el segundo de la derecha, de cara al público, con Jermaine después de mí y Jackie a mi derecha. Tito y su guitarra se situaba a la derecha con Marlon a su lado. Jackie estaba creciendo y era ya más alto que Marlon y yo. Nosotros conservamos aquella posición concurso tras concurso y fue bien. Mientras otros grupos que encontrábamos se peleaban entre sí y abandonaban, nosotros nos estábamos perfeccionando cada vez más e íbamos adquiriendo mayor experiencia. La gente de Gary que venía con regularidad a ver los espectáculos de noveles llegó a conocernos, así que nosotros intentábamos superarnos y sorprenderlos. No queríamos que empezaran a sentirse cansados de nuestros números. Sabíamos que el cambio siempre es bueno, que nos ayudaba a crecer, así que nunca le tuvimos miedo.

Ganar en una noche de aficionados o un espectáculo de noveles en un número de diez minutos y dos canciones consumía tanta energía como un concierto de noventa minutos. Estoy convencido de ello porque no hay lugar para los errores, tu concentración te consume más en una o dos canciones que cuando tienes el lujo de doce o quince en una representación. Estos espectáculos de noveles eran nuestra educación profesional. A veces conducíamos cientos de millas para interpretar una canción o dos y esperar que la multitud no estuviera en contra de nosotros porque no éramos los talentos locales. Estábamos compitiendo contra gente de todas las edades y capacidades, desde números rápidos a comediantes y a otros cantantes y bailarines como nosotros. Teníamos que agarrar aquella audiencia y conservarla. Nada se dejaba al azar, así que los vestidos, los zapatos, el cabello, todo tenía que estar de la manera que papá había planeado. En verdad, parecíamos sorprendentemente profesionales. Después de toda esta planificación, si nosotros realizábamos las canciones de la manera que las habíamos ensayado, las recompensas llegarían solas. Esto fue verdad incluso cuando estábamos en la parte de Wallace High de la ciudad donde el vecindario tenía sus propios artistas y aquellos de claqué a los que nosotros estábamos retando en su propio terreno. Naturalmente, los artistas locales siempre tenían sus propios fans leales, así que cuando salíamos de nuestro terreno e íbamos al de otro, la situación era muy dura. Cuando el maestro de ceremonias ponía su mano sobre nuestras cabezas para la «medida de aplausos» queríamos asegurarnos de que la multitud sabía que habíamos dado más que nadie.

Como actores, Jermaine, Tito y el resto de nosotros estábamos bajo una presión tremenda. Nuestro manager era de la clase que nos recordaba que James Brown multaba a sus «Farnous Flames» si ellos se olvidaban una frase o desafinaban una nota durante una representación. Como cantante principal yo sentía -más que los otros- que no podía permitirme una «noche libre». Recuerdo haber estado en el escenario por la noche después de pasar enfermo en cama todo el día. Era difícil concentrarse en tales ocasiones, aunque yo sabía tan bien todas las cosas que mis hermanos y yo teníamos que hacer que podría haber representado los papeles durmiendo. Algunas veces tenía que recordarme a mí mismo que no debía buscar en la multitud a nadie conocido o al maestro de ceremonias. Ambas cosas pueden distraer a un actor joven. Cantábamos canciones que la gente conocía de la radio o canciones que mi padre sabía que ya eran clásicas. Si te embarullabas, te enterabas porque los fans conocían estas canciones y sabían cómo se suponía que debían sonar. Si te disponías a cambiar un arreglo, era necesario que sonase mejor que el original.

Nosotros ganamos el espectáculo de noveles de la ciudad cuando yo tenía ocho años, con nuestra versión de la canción de los «Temptations», My Girl. El concurso tuvo lugar a unas pocas manzanas de casa, en Roosevelt High. Desde que sonaron las notas de apertura del bajo de Jermaine y los primeros rasgueos de la guitarra de Tito, hasta que nos pusimos los cinco a cantar el coro, hubo gente puesta en pie durante toda la canción. Jermaine y yo intercambiábamos estrofas mientras Marlon y Jackie bailaban como peonzas. Fue un maravilloso sentimiento para todos nosotros pasarnos aquel trofeo, el más grande hasta entonces, de mano en mano entre nosotros. Finalmente, lo colocamos en el asiento delantero como niños pequeños y volvimos a casa mientras papá nos decía: «Cuando lo hacéis como lo habéis hecho esta noche, no pueden dejar de dároslo a vosotros. »

Ahora éramos los campeones de la ciudad de Gary y Chicago era nuestro objetivo siguiente, porque era la zona que ofrecía el trabajo más estable y la mejor recomendación en kilómetros y kilómetros de distancia. Empezamos a planear nuestra estrategia con seriedad. El grupo de mi padre tocaba el sonido de Chicago de los «Muddy Waters» y «Howlin’ Wolf>, pero eran lo suficientemente abiertos de mentalidad para ver que los sonidos más coloristas, más comerciales que nos atraían a nosotros, chicos jóvenes, tenían mucho que ofrecer. Teníamos suerte porque mucha gente de su edad no pensaba del mismo modo. De hecho, nosotros conocíamos a músicos que pensaban que el sonido de los años sesenta estaba por debajo del nivel de personas de su edad, pero no papá. Él identificaba el buen arte del canto cuando lo oía, incluso al decirnos que había visto el gran grupo de «doo-woo» de Gary, los «Spaniels», cuando eran estrellas de pocos años más que nosotros. Cuando Smokey Robinson, de los «Miraeles», cantaba una canción como Tracks of my tears, 0 Ooo, baby, baby, papá prestaba tanta atención como nosotros.

Durante los años sesenta, Chicago no se quedó atrás musicalmente. En toda la ciudad, en los mismos locales donde estábamos nosotros, actuaban grandes cantantes, como los «impressions», con Curtis Mayfield, Jerry Butler, Major Lance y Tyrone Davis. Por aquellos años, mi padre se había entregado por completo a la tarea de ser nuestro «manager», y trabajaba sólo unas horas en la fundación. Mamá tenía algunas dudas acerca de la sensatez de esta decisión, no porque no creyese que éramos buenos, sino porque no conocía a nadie más que emplease la mayor parte del tiempo intentando introducir a sus hijos en la profesión musical. Incluso estaba menos nerviosa que nosotros cuando papá le dijo que habíamos sido contratados fijos en «Mr. Lucky’s», un local nocturno de Gary. Nos veíamos obligados a pasar los fines de semana en Chicago y otras localidades tratando de agarrar un número cada vez creciente de «shows» de aficionados, y esos viajes eran caros, de modo que el trabajo en «Mr. Lucky’s» era un modo de hacerlo posible todo a la vez. Mamá estaba sorprendida de la reacción que estábamos ganándonos y se sentía muy complacida con los premios y la atención obtenida, pero no dejaba de preocuparse mucho por nosotros. Sentía inquietud por mí, debido a mi edad. «¡Vaya vida para un niño de nueve años!», decía mirando de reojo a mi padre.

No sé lo que esperábamos mis hermanos y yo, pero los públicos de night club no eran iguales que los del Roosevelt High. Allí actuábamos entre malos cómicos, organistas de salón y muchachas de strip-tease. Dada mi educación como testigo de Jehová, mamá estaba preocupada porque yo estaba frecuentando gente inadecuada y familiarizándome con cosas que hubiera sido mejor que tardase mucho en conocer, en el curso de la vida. No tenía por qué inquietarse: sólo por echarle una ojeada a una de aquellas chicas no iba a complicarme la vida, y menos, por cierto, a los nueve años de edad. De todos modos, era una manera terrible de vivir, y esto nos infundía a todos más decisión en nuestro intento de ascender dentro de aquel ambiente y apartarnos lo más lejos posible de aquella vida.

Trabajar en «Mr. Lucky’s» significaba que por vez primera en nuestras vidas teníamos un show completo que realizar -con cinco apariciones por noche, seis noches por semana- y si papá encontraba algo fuera de la ciudad que pudiéramos hacer en la séptima noche, lo cogía. Estábamos trabajando duramente, pero el público de estilo bar no era malo con nosotros. Les gustaba James Brown y Sam y Dave tanto como a nosotros, y, además, nosotros éramos algo extra que les salía gratis, comprendido en la bebida y el alterne, de modo que estaban sorprendidos y contentos. Incluso lo pasábamos bastante bien con ellos en un número, la canción de Joe Tex Skinny Legs and all. Empezábamos la canción y, hacia la mitad, yo salía a mezclarme con el público, me arrastraba por debajo de las mesas y les levantaba las faldas a las señoras para mirar debajo. La gente echaba dinero mientras yo me escabullía, y cuando yo empezaba a bailar, iba recogiendo todos los dólares y monedas que habían echado al suelo antes, y me los metía en los bolsillos de mi chaqueta.

En realidad yo no estaba nervioso cuando empezamos a actuar en los clubs nocturnos, gracias a toda la experiencia que había acumulado con los espectáculos de noveles. Yo siempre estaba dispuesto a salir y a actuar, ya sabéis, dispuesto a hacerlo: a cantar y bailar y a crear un clima de humor.

En aquella época trabajamos en más de un club donde había sitrip-tease. Yo acostumbraba quedarme entre bastidores de cierto local en Chicago y a contemplar a una señora que se llamaba Mary Rose. Yo debía tener nueve o diez años. Esa chica se sacaba la ropa y los panties y los echaba al público. Los hombres los cogían, los olfateaban y vociferaban. Mis hermanos y yo observábamos todo eso, lo captábamos, y mi padre no le concedía importancia. Estábamos expuestos a una serie de peligros trabajando en aquel sector de locales. En un lugar habían hecho un agujerito en la pared del vestidor de los músicos que coincidía con la pared del lavabo de señoras. Podía mirar por el agujero y vi cosas que nunca olvidaré. Los chicos de aquel ambiente eran tan salvajes que se pasaban el tiempo haciendo agujeros en las paredes del vestidor de las mujeres. Como es natural, estoy seguro de que mis hermanos y yo nos peleábamos para obtener turno y mirar por el agujero. «¡Vete de aquí, me toca a mí!» Nos empujábamos para ganar un lugar desde el que mirar.

Más tarde, cuando trabajamos en el teatro «Apollo» de Nueva York, vi algo que realmente me dejó fuera de combate porque no sabía que existiesen cosas semejantes. Había visto, desde luego, a algunas chicas del strip-tease, pero aquella noche una muchacha con magníficas pestañas y cabello largo salió a escena a hacer su trabajo. Estaba desarrollando un número grandioso. De súbito, al final, se sacó la peluca, extrajo un par de naranjas del sostén, y descubrió que era en realidad un chico de facciones enérgicas cubiertas por todo aquel maquillaje. Eso me dejó estupefacto. Yo era solamente un niño y no podía ni concebir cosa semejante. Pero eché una ojeada al público del teatro y vi que estaban metidos en el número, aplaudiendo calurosamente y gritando. Yo no era más que un muchacho joven, que permanecía entre bastidores, contemplando aquel cuadro insensato. Estaba petrificado.

Como dije, recibí una educación sólida cuando era niño. Más que la mayoría. Acaso esto me liberó de concentrarme en otros aspectos de la vida cuando fui adulto. Cierto día, poco después de haber trabajado con éxito en los clubs de Chicago, papá trajo a casa una grabación de algunas canciones que no habíamos oído antes. Estábamos acostumbrados a sacar de la radio música popular, y, por tanto, teníamos curiosidad sobre el motivo por el que papá empezó a poner dichas canciones una y otra vez, para que escucháramos a un muchacho que no cantaba demasiado bien, sobre un fondo de algunas cuerdas de guitarra. Papá nos dijo que el hombre de la grabación no era realmente un artista, sino un compositor de canciones que poseía un estudio de grabación en Gary. Su nombre era Mr. Keith, y nos había dado una semana para practicar sus canciones con el fin de que viéramos si podíamos sacar un disco de ellas. Por supuesto, nos sentimos entusiasmados. Queríamos hacer un disco, cualquier disco.

Trabajamos estrictamente sobre el sonido, pasando por alto las rutinas de baile que nosotros elaborábamos normalmente para una nueva canción. No era muy divertido hacer una canción que nadie de nosotros conocía, pero éramos ya lo bastante profesionales para ocultar nuestra decepción y dar al tema todo cuanto podíamos. Cuando estuvimos a punto y creímos que habíamos hecho todo lo posible con el material, papá nos hizo grabar después de unos pocos comienzos en falso y de unas pocas broncas, claro. Después de un día o dos de intentar adivinar si a Mr. Keith le había gustado la grabación que habíamos hecho para él, papá de repente apareció con más canciones suyas a fin de que las aprendiéramos para nuestra primera sesión de grabación.

Mr. Keith, como papá, era un trabajador de la fábrica que amaba la música, con la diferencia de que él estaba más metido en el sector de los discos y del negocio. Su estudio y marca se llamaban Steeltown. Recordando todo esto me doy cuenta de que Mr. Keith estaba simplemente tan entusiasmado como nosotros. Su estudio estaba en el centro de la ciudad y nosotros fuimos temprano un sábado por la mañana antes de «The Road Runner Show», mi espectáculo favorito de aquella época. Mr. Keith nos recibió en la puerta y abrió su estudio. Nos enseñó una pequeña cabina de cristal con toda clase de equipo y explicó las diversas tareas que realizaba cada uno. No pareció que nosotros tuviéramos que depender de ninguna cinta magnetofónica, al menos en este estudio. Yo me puse unos auriculares grandes de metal que me llegaban a mitad de la nuca e intenté parecer dispuesto para cualquier cosa.

Mientras mis hermanos discurrían dónde enchufar sus 5 6 instrumentos y situarse, llegaron algunos cantantes de acompañamiento y una sección de instrumentos de viento. Al principio supusimos que estaban allí para hacer un disco después de nosotros. Estuvimos encantados y sorprendidos cuando averiguamos que estaban allí para grabar con nosotros. Miramos a papá, pero él no cambió de expresión. Él lo sabía, obviamente, y lo aprobaba. Incluso entonces la gente había aprendido a no dar sorpresas a mi padre. Nos dijeron que escucháramos a Mr. Keith, que nos instruiría mientras estábamos en la cabina. Si hacíamos lo que él decía, el disco saldría solo.

Después de unas pocas horas acabamos la primera canción de Mr. Keith. Algunos de los cantantes de acompañamiento y de los trompetistas no habían hecho discos tampoco y lo encontraban difícil, pero ellos tampoco tenían un perfeccionista por manager y, por consiguiente, no estaban acostumbrados a hacer cosas una y otra vez como lo estábamos nosotros. Fue en ocasiones como éstas cuando nos dimos cuenta de lo duro que trabajaba papá para hacer de nosotros unos profesionales consumados. Volvimos unos cuantos sábados más: grabábamos las canciones que habíamos ensayado durante la semana y nos llevábamos a casa una nueva cinta de Mr. Keith cada vez. Un sábado, papá incluso llevó su guitarra para interpretar con nosotros. Fue la única vez que grabó con nosotros. Después de que los discos fueran prensados, Mr. Keith nos dio algunas copias de modo que pudiéramos venderlas entre los números y después de los espectáculos. Sabíamos que no era ésta la manera en que lo hacían los grandes grupos pero todo el mundo tenía que empezar de algún modo y en aquellos días tener un disco con el nombre de tu grupo ya era algo. Nos sentíamos muy afortunados.

El primer single de Steeltown, «Big Boy», tenía una línea sugerente de bajo. Era una hermosa canción acerca de un muchacho que quería enamorarse de alguna chica. Naturalmente, con objeto de captar todo el cuadro, uno tiene que imaginarse a un chico delgado de nueve años cantando esta canción. Las palabras decían que yo no quería seguir oyendo cuentos de hadas, pero en verdad yo era demasiado joven para captar el significado real de la mayoría de las palabras de estas canciones. Simplemente cantaba lo que me daban.

Cuando ese disco, con su línea subyugante, de bajo, empezó a oírse por la radio en Gary, nos convertimos en algo importante en nuestro vecindario. Nadie podía creer que teníamos nuestro propio disco. Hasta a nosotros nos costó creerlo. Después de aquel primer disco de Steeltown empezamos a tener como objetivo todos los grandes espectáculos de noveles de Chicago. Los otros intérpretes solían mirarme con prevención cuando me encontraban, debido a mi corta edad, sobre todo los que iban detrás de nosotros. Un día Jackie estaba riéndose a carcajadas como si alguien le hubiera contado el chiste más divertido del mundo. Esto no era una buena señal justo antes del espectáculo, y yo pude decirle a papá que estaba preocupado porque iba a troncharse en el escenario. Papá fue para decirle una palabra, pero Jackie le susurró algo al oído y pronto papá se echó a reír apretándose con las manos la cintura. Yo también quería saber el chiste. Papá dijo con orgullo que Jackie había oído a los intérpretes principales hablando entre ellos. Un tipo había dicho: «Sería mejor que no dejáramos a esos «Jackson 5» que nos aplastaran con ese enano que tienen. »

Yo estaba disgustado al principio porque vi heridos mis sentimientos. Pensé que se estaban comportando con mezquindad. Yo no podía evitar ser el más pequeño, pero pronto todos los otros hermanos empezaron a troncharse también. Papá explicó que no se estaban riendo de mí. Me dijo que yo debería estar orgulloso y que aquel grupo estaba diciendo tonterías porque pensaban que yo era un adulto que hacía de niño como uno de los «Munchkins» en El Mago de Oz. Papá dijo, que si yo tenía a aquellos tipos hablando de mí como los chicos del vecindario que nos causaban daño en los tiempos de Gary, entonces es que teníamos a Chicago en el bote. Todavía nos quedaba un buen pedazo de camino por recorrer. Después de que hubiéramos actuado en algunos clubs de Chicago bastante buenos, papá firmó para que actuáramos en la competición nocturna del Royal Theater de aficionados de la ciudad. Él había ido a ver a B. B. King en el Regal la noche que hizo su famoso álbum en directo. Cuando papá dio a Tito aquella guitarra roja alta años antes, le habíamos hecho broma pensando en chicas cuyo nombre podía dar a su guitarra como la Lucille de B. B. King.

Ganamos aquel espectáculo durante tres semanas seguidas con una nueva canción cada semana para mantener la expectación de los miembros asiduos del público. Algunos de los otros intérpretes se quejaron de que era una muestra de avaricia el que nosotros volviéramos de nuevo, pero ellos perseguían lo mismo que nosotros. Existía la norma de que si uno ganaba la noche de aficionados tres veces, te invitarían a realizar un espectáculo pagado para miles de personas, no docenas como los públicos para los que estábamos tocando en los bares. Conseguimos esa oportunidad y el espectáculo fue encabezado por «Gladys Knight and the Pips», que estaban abriéndose paso con una nueva canción que nadie conocía llamada I Heard It Through the Grapevine. Fue una noche decisiva.

Después de Chicago hubo otro gran espectáculo de aficionados que nosotros realmente sentimos que necesitábamos ganar: el Apollo Theater en la ciudad de Nueva York. Mucha gente de Chicago pensaba que ganar en el Apollo era tan sólo cuestión de suerte y nada más, pero papá lo consideraba como mucho más que eso. Sabía que Nueva York tenía un gran calibre de talentos, justo como Chicago, y sabía que había más gente del disco y músicos profesionales en Nueva York que en Chicago. Si podíamos triunfar en Nueva York podríamos hacerlo en cualquier parte. Eso significaba para nosotros ganar en el Apollo.

Chicago había enviado una especie de informe exploratorio sobre nosotros a Nueva York y nuestra fama era tal, que el Apollo nos introdujo en las finales de las primeras figuras, aunque no habíamos estado en ninguna de las competiciones preliminares. En aquella época Gladys Knight ya nos había hablado de ir a Motown, como lo había hecho Bobby Taylor, miembro de los «Vancouvers», con los cuales mi padre había trabado amistad. Papá les había dicho que a nosotros nos gustaría tener una audición en Motown, pero esto formaba parte de nuestro futuro.

Llegamos al Apollo, en la Calle 125, lo bastante pronto para poder tomar parte en una visita comentada. Anduvimos por el teatro y contemplamos todos los retratos de las estrellas que habían actuado en él, unas de raza blanca y otras de color. El manager terminó mostrándonos los camerinos, pero para entonces yo ya había descubierto los retratos de todos mis favoritos.

Mientras mis hermanos y yo pagábamos nuestro tributo al llamado «circuito de teloneros», preliminares de otros números, yo me dedicaba a observar a todas las estrellas porque anhelaba aprender todo lo que pudiera. Contemplaba sus pies, su forma de mover los brazos, su manera de agarrar el micro, y trataba de descifrar lo que hacían y por qué lo hacían. Después de haber estudiado a James Brown desde los bastidores, conocía todos sus pasos, ruecas, saltos y vueltas. Debo decir que él ofrecía una actuación agotadora, que te dejaba emocionalmente exhausto. Su presencia física. el fuego que salía de sus poros, eran fenomenales. Sentías cada gota de sudor de su rostro y sabías lo que él estaba pasando. No he visto nunca a nadie que actúe como él. Era realmente increíble. Cuando yo contemplaba a alguien que me gustaba, me sentía incorporado a él. James Brown, Jackie Wilson, Sam and Dave, los O’Jay, todos ellos solían modelar su público. Yo podía aprender más observando a Jackie Wilson que a ningún otro, o ninguna otra cosa. Todo esto constituyó una parte importante de mi educación.

Teníamos por costumbre permanecer entre bastidores, detrás de los telones, y contemplar a los artistas cuando habían acabado sus números y les veíamos a todos sudorosos. Yo me mantenía aparte lleno de temor y les contemplaba. Todos ellos llevaban aquellos magníficos zapatos de charol. Todo mi sueño parecía centrarse en poseer un par de zapatos de charol. Recuerdo el abatimiento que me produjo enterarme de que no se fabricaban en tamaños infantiles. Iba de tienda en tienda buscando zapatos de charol y me decían: «No los hacemos tan pequeños. » Yo me sentía apenado porque quería tener unos zapatos que tuviesen el mismo aspecto que aquellos otros del escenario, relucientes y finos, que se volvían de color rojo y naranja cuando las luces daban sobre ellos. ¡Oh, cuánto deseaba tener unos zapatos de charol como los que llevaba Jackie Wilson!

La mayoría de las veces yo estaba solo en el fondo del escenario. Mis hermanos estaban en el piso superior comiendo y hablando, y yo permanecía entre bastidores, acurrucado, con toda mi pequeñez, agarrado a un telón polvoriento y de fuerte olor, contemplando el espectáculo. Quiero poner de relieve que yo observaba cada paso, cada movimiento, cada cruce de pies, cada vuelta, cada guiño, cada emoción, cada movimiento de luces. Ésta era mi educación y mi diversión. Yo estaba siempre allí cuando tenía tiempo libre. Mi padre, mis hermanos, los demás músicos, todos sabían dónde encontrarme. Me gastaban bromas sobre ello, pero yo estaba tan absorto en lo que estaba mirando o en recordar lo que había visto, que no me preocupaba. Recuerdo todos aquellos teatros: el Regal, el Uptown, el Apollo… demasiados para mencionarlos todos. El talento que brotaba de aquellos locales era de dimensiones míticas. La máxima educación del mundo consiste en contemplar a los maestros cuando trabajan. No se puede explicar lo que he llegado a aprender simplemente parándome a mirar. Algunos músicos -Springsteen y U2, por ejemplo- pueden pensar que se han procurado la educación en las calles. Yo soy un artista de corazón y he obtenido la mía en el escenario.

Jackie Wilson estaba retratado en la pared del Apollo. El fotógrafo le había sorprendido con una pierna levantada, torcida, pero no tanto como para que no pudiera tener cogido el soporte del micrófono, llevándolo adelante y atrás. Podía haber estado cantando una canción triste como Lonely Teardrops y a pesar de ello tener al público tan alucinado con su baile que nadie podía sentirse ni triste ni solitario.

Sam and Dave tenían el retrato corredor adelante, junto a la foto de una orquesta antigua. Papá se había hecho amigo de Sam Moore. Recuerdo la grata sorpresa que tuve ante la amable acogida que me dispensó la primera vez que nos vimos. Yo había estado cantando sus canciones tanto tiempo que casi pensé que iba a tirarme de las orejas. Y no lejos de ellos estaba «El rey de todos, Mr. Dynamite», James Brown. Antes de que él apareciese, un cantante era un cantante y un bailarín era un bailarín. Un cantante podía bailar y un bailarín podía cantar, pero a menos que fueras Fred Astaire o Gene Kelly, lo más fácil es que hicieras una cosa mejor que la otra, en especial en un espectáculo en vivo. Pero James Brown lo cambió todo. No había foco que pudiera cogerle mientras él rebullía por el escenario; había que inundarle en luz. Yo anhelaba ser tan bueno como él.

Ganamos el concurso nocturno de aficionados del Apollo, y yo me sentí como si me dirigiese a todas aquellas fotos de las paredes y dando gracias a mis «profesores». Papá estaba tan feliz que dijo que podía haber vuelto volando a Gary aquella noche. Se sentía en la cima del mundo, al igual que nosotros. Mis hermanos y yo habíamos conseguido sobresalientes y estábamos esperando poder conseguir saltar un «grado». En realidad, yo capté que no estaríamos haciendo espectáculos de noveles ni conviviendo con números de strip-tease por mucho tiempo.

En verano de 1968 nos dieron a conocer la música de un grupo familiar que iba a cambiar nuestro sonido y nuestras vidas. No tenían todos el mismo último apellido, eran blancos y negros, hombres y mujeres, y se llamaban «Sly and the Family Stone». Habían tenido algunos hits sorprendentes a lo largo de los años, tales como Dance to the Music, Stand, Hot Fun in the Summertime. Mis hermanos me señalaban a mí cuando oían la frase acerca del enano que se finge alto y entonces yo me reía también. Escuchábamos estas canciones en todas las sintonías, incluso en las emisoras de rock. Ellos tuvieron una tremenda influencia sobre todos nosotros, los Jackson, y les debemos mucho.

Después del Apollo seguimos tocando con la mirada sobre el mapa y el oído en el teléfono. Mamá y papá habían establecido una regla de que las llamadas no durasen más de cinco minutos, pero cuando volvimos del Apollo, incluso cinco minutos era demasiado tiempo. Teníamos que mantener despejadas las líneas por si cualquiera de una compañía de discos quería ponerse en contacto con nosotros. Vivíamos con el temor de que se encontraran con la señal de que estaba ocupado. Queríamos que nos llamaran de una compañía en particular, y, si ellos llamaban, queríamos contestar.

Mientras esperábamos, supimos que alguien que nos había visto en el Apollo nos había recomendado al «David Frost Show» en Nueva York. ¡Íbamos a estar en la televisión! Era la emoción más grande que habíamos tenido nunca. Yo se lo dije a todo el mundo en la escuela, y se lo conté dos veces a aquellos que no me creían. íbamos a ir al cabo de unos pocos días. Estaba contando las horas. Me había imaginado todo el viaje intentando figurarme cómo sería el estudio y cómo resultaría mirar a una cámara de televisión.

Volví a casa llevando los deberes que para el viaje me había preparado el profesor. Tuvimos otro ensayo «con todo» y luego teníamos que hacer una selección definitiva de las canciones. Me preguntaba qué canciones presentaríamos.

Aquella tarde papá dijo que se había cancelado el viaje a Nueva York. Nos quedamos de piedra mirándole.

Estábamos estupefactos. Yo me sentía a punto de llorar. Habíamos estado pensando en obtener nuestro gran lanzamiento. ¿Cómo podían hacernos semejante cosa? ¿Qué ocurría? ¿Por qué había cambiado de idea Mr. Frost? Mi cabeza no paraba de darle vueltas al tema y creo que lo mismo ocurría con la de todos los demás. «He cancelado el viaje», anunció mi padre con calma. Volvimos a mirarle fijamente sin poder decir nada. «Llamaron de Motown». Me recorrió la espalda un estremecimiento helado.

Recuerdo los días precedentes a aquel viaje con una claridad casi perfecta. Me veo a mí mismo esperando fuera de la clase de primer grado que era la de Randy. Le tocaba a Marlon acompañarle a casa, pero cambiamos el día.

La profesora de Randy me deseó suerte en Detroit porque Randy le había dicho que íbamos a Motown para una audición. Él estaba tan entusiasmado que yo tuve que recapacitar sobre el hecho de que él, en realidad, no sabía lo que era Detroit. Toda la familia había estado hablando de Motown y Randy ni siquiera sabía qué clase de ciudad era. La profesora me dijo que él estaba buscando Motown en el globo terráqueo de la clase. Ella opinó que deberíamos presentar «You don’t know like I know» de la manera que nos había visto hacerlo en el Regal de Chicago cuando vino a vernos un grupo de profesores que se trasladaron allí con este fin. Ayudé a Randy a ponerse el abrigo y él cortésmente convino en tenerlo presente, sabiendo que no podíamos presentar una canción de Sam and Dave en una audición de Motown porque ellos pertenecían a Stax, un sello de la competencia. Papá nos dijo que las compañías se ponían muy serias sobre estos temas y que nos quería tener enterados para que no hubiera líos cuando llegáramos allí. Me miró a mí y dijo que le gustaría ver que su cantante de diez años se conducía como si tuviera once.

Salimos de la escuela elemental Garrett para emprender el corto camino que conducía a casa, pero teníamos que darnos prisa. Me acuerdo de que me puse nervioso cuando un coche pasó rozándonos y luego otro. Randy me tomó de la mano e hicimos señas al urbano del cruce. Yo sabía que LaToya tendría que desviarse de su camino al día siguiente para llevar a Randy a la escuela porque Marlon y yo estaríamos en Detroit con los demás. La última vez que actuamos en el teatro Fox de Detroit nos marchamos inmediatamente después del espectáculo y volvimos a Gary a las cinco de la madrugada. Dormí en el coche la mayor parte del camino, con lo que el ir a la escuela aquella mañana no resultó tan mal como podía haber sido. Pero en el ensayo de las tres de la tarde yo me iba arrastrando como si llevara pesos de plomo en los pies.

Podríamos habernos marchado aquella noche después de nuestro número puesto que éramos los terceros de la lista, pero esto habría supuesto perdernos a la primera figura, Jackie Wilson. Lo había visto en otros escenarios, pero en el Fox él y su orquesta estaban en un escenario elevado que se levantaba cuando él empezaba su número. Cansado como estaba después de la escuela al día siguiente, recuerdo haber probado algunos de aquellos movimientos en el ensayo después de haberlos practicado delante de un gran espejo de los lavabos de la escuela mientras los demás muchachos me miraban. Mi padre estaba complacido e incorporamos aquellos pasos en uno de mis números.

Antes de que Randy y yo volviéramos la esquina para salir a Jackson Street, había un gran charco. Miré si pasaban coches pero no había ninguno y entonces solté la mano de Randy y brinqué por encima del charco, haciendo impulso con mis pulgares para poder saltar sin mojar las vueltas de mi pantalón. Me volví para mirar a Randy, sabiendo que él quería hacer las mismas cosas que yo hacía. Tomó carrerilla, pero me di cuenta de que era un charco bastante grande, demasiado ancho para que lo saltara sin mojarse, de modo que considerando en primer lugar que yo era el hermano mayor y dejando en segundo lugar que era su profesor de baile, le cogí antes de que cayese en medio y se mojase.

Al otro lado de la calle los chicos del vecindario están comprando «candy» e incluso alguno de los muchachos que me hacían la vida difícil en la escuela me preguntó cuándo nos marchábamos a Motown. Yo se lo dije y compré «candy» para ellos y para Randy también, con mi dinero. Yo no quería que Randy se sintiera mal porque me iba.

Mientras nos acercábamos a la casa oí a Marlon que gritaba «¡Que alguien cierre esa puerta!» El lado de nuestro mini-bús Volkswagen estaba abierto del todo y yo me estremecí pensando en el frío que íbamos a pasar en el largo camino hasta Detroit. Marlon nos había mandado a casa y ya estaba ayudando a Jackie a cargar el autobús con nuestro material. Jackie y Tito llegaron a casa con mucho tiempo por una vez; se suponía que tenían entrenamiento de baloncesto pero el invierno en Indiana no había parado de crear nieve fangosa y estábamos deseosos de tener un buen comienzo. Jackie estaba aquel año en el equipo de baloncesto del colegio de enseñanza media y a papá le gustaba decir que la próxima vez que fuéramos a jugar a Indianápolis sería cuando Roosevelt fuera a los campeonatos nacionales. Los «Jackson 5» tocarían entre los juegos de la noche y la mañana y Jackie lanzaría el tiro ganador para el título. A papá le gustaba bromear sobre nosotros, pero uno nunca sabía lo que podía suceder con los Jackson. Él quería que fuéramos buenos en muchas cosas, no solamente en música. Creo que quizá tenía aquel impulso de su padre, quien enseñaba en la escuela. Yo sé que mis profesores no fueron nunca tan duros con nosotros como lo fue él y a ellos se les pagaba por ser duros y exigentes.

Mamá vino a la puerta y nos dio los termos y los bocadillos que había empaquetado. Recuerdo que me dijo que no rasgara la camisa de vestir que ella había metido en la maleta después de coserla la noche anterior. Randy y yo ayudamos a poner algunas cosas en el autobús y entonces volvimos a la cocina, donde Rebbie estaba cuidando de la cena de papá con un ojo y vigilando al mismo tiempo a la pequeña Janet que estaba en la silla alta con el otro.

La vida de Rebbie no fue nunca fácil como hija mayor. Sabíamos que tan pronto como hubiera terminado la audición de Motown resolveríamos si teníamos que trasladarnos o no. Si lo hacíamos, ella tendría que irse al sur con su novio. Ella siempre llevaba las cosas cuando mamá estaba en la escuela nocturna acabando el diploma superior que no había podido tener a causa de su enfermedad. Yo no podía creerlo cuando mamá nos dijo que iba a conseguir su diploma. Recuerdo que estaba preocupado por el hecho de que ella tuviera que ir a la escuela con muchachos de la edad de Jackie o Tito y que se reirían de ella. También recuerdo lo mucho que ella se rió cuando le dije esto y cómo me explicó pacientemente que estaría con otros adultos. Era interesante tener una madre que hacía deberes como el resto de nosotros.

Cargar el autobús fue más fácil de lo normal. Usualmente, Ronnie y Johnny habrían venido a ayudarnos, pero, como los propios músicos de Motown estaban tocando detrás de nosotros, íbamos solos. Jermaine estaba en nuestra habitación acabando algunas de sus tareas cuando yo entré. Sabía que él quería sacarlas de en medio. Me dijo que nosotros deberíamos arrancar hacia Motown por nuestra cuenta y dejar a papá, ya que Jackie había sacado el carnet de conducir y estaba en posesión de un juego de llaves. Los dos nos echamos a reír, pero en lo profundo de mi ser, yo no podía imaginar ir sin papá. Incluso en las ocasiones en que mamá conducía nuestros ensayos después de la escuela porque papá no había llegado a casa a tiempo de su turno, a mí me parecía que lo tenía a él, porque ella actuaba como sus ojos y sus oídos. Ella siempre sabía lo que había sido bueno la noche anterior y lo que hoy había salido chapucero. Papá lo sabría a través de ella por la noche. Me parecía que ellos casi se hacían señales el uno al otro o algo parecido… Papá podía decir siempre si habíamos estado interpretando como se suponía que teníamos que hacerlo por alguna indicación invisible de mamá.

No hubo un largo adiós en la puerta cuando nos marchamos hacia Motown. Mamá estaba acostumbrada a que estuviéramos fuera durante varios días y durante las vacaciones de la escuela. LaToya hizo algunos pucheros porque quería ir. Ella sólo nos había visto en Chicago y nunca habíamos podido estar el tiempo suficiente en lugares como Boston o Phoenix para llevarle algo a la vuelta. Creo que nuestras vidas le deben haber parecido encantadoras porque ella tenía que permanecer en casa e ir a la escuela. Rebbie tenía las manos ocupadas intentando poner a dormir a Janet, pero ella dijo adiós e hizo un signo con la mano. Le di a Randy un último golpecito en la cabeza y nos fuimos.

Papá y Jackie miraron un mapa cuando comenzamos a andar, principalmente por costumbre, porque habíamos estado en Detroit antes, desde luego. Pasamos por el estudio de grabación de Mr. Keith en el centro de la ciudad junto al City Hall mientras atravesábamos la ciudad. Habíamos hecho algunas pruebas en el estudio de Mr. Keith que papá envió a Motown después del disco de Steeltown. El sol estaba bajando cuando llegamos a la carretera. Marlon anunció que si oíamos uno de nuestros discos en la emisora WVON nos iba a traer suerte. Todos asentimos. Papá nos preguntó si recordábamos lo que WVON significaba, mientras con el codo advertía a Jackie que se estuviera quieta. Yo seguí mirando por la ventana pensando en las posibilidades que teníamos por delante, pero Jermaine interrumpió. «Voice of the Negro», dijo. Pronto estuvimos dando vueltas a todos los nombres del dial «WGN World’s Greatest Newspaper» (La Tribune de Chicago era el propietario). «WLS, World’s Largest Store» (Sears) «WCFL… ». Nos detuvimos, cortados. «Chicago Federation of Labor», dijo papá voviéndose para buscar el termo. Volvimos a la 1-94 y la emisora de Gary desapareció debajo de una emisora de Kalamazoo. Empezamos a dar vueltas, buscando música de los Beatles en el CKLW de Windsor, Ontario, Canadá.

Siempre había sido un fan del Monopoly en casa y había algo en el hecho de ir a Motown que era un poco como aquel juego. En el Monopoly vas por el tablero comprando cosas y tomando decisiones. El circuito de teatros donde actuamos y ganamos concursos era como un tablero de Monopoly lleno de posibilidades y peligros. Después de todas las paradas a lo largo del camino, finalmente aterrizamos en el teatro Apollo de Harlem, que era definitivamente el «aparcamiento» para intérpretes jóvenes como nosotros. Entonces estábamos en nuestro camino hacia la «calzada principal», dirigiéndonos a Motown. ¿Ganaríamos el juego o pasaríamos el «Seguir» con una gran valla, que nos separase de nuestra meta para otra vuelta?

Había algo cambiante en mí y yo podía sentirlo, incluso tiritando en el autobús. Durante años habíamos hecho el camino hasta Chicago preguntándonos si éramos lo bastante buenos como para salir alguna vez de Gary, y lo éramos. Entonces tomamos la dirección hacia Nueva York, seguros de que nos hundiríamos si no éramos lo bastante buenos para triunfar allí. Incluso aquellas noches en Filadelfia y Washington no me animaron lo bastante para evitar que le diera vueltas a la idea de que no había alguien o algún grupo que no conociéramos en Nueva York que pudiera superarnos. Cuando hicimos una actuación demoledora en el Apollo, finalmente sentimos que nada se interpondría en nuestro camino. Nos estábamos dirigiendo a Motown y nada de lo de allí iba a sorprendernos tampoco. Íbamos a sorprenderlos a ellos, tal como lo hicimos siempre.

Papá sacó las direcciones mecanografiadas de la guantera y nosotros nos salimos de la carretera pasando por la salida de la Woodward Avenue. No había mucha gente en las calles porque era una noche corriente para todos los demás.

Papá estaba un poco nervioso acerca de si nuestros alojamientos estarían en orden, lo que me sorprendió hasta que me di cuenta de que la gente de Motown había escogido el hotel. No estábamos acostumbrados a que nos hicieran las cosas. Nos gustaba ser nuestros propios amos. Papá siempre había sido nuestro agente de taquilla, nuestro agente de viajes y manager. Cuando él no se cuidaba de esos arreglos, lo hacía mamá. Así que no es de extrañar que incluso Motown lograra que se sintiera receloso de que él debería haber hecho las reservas, de que él debería haberlo manejado todo.

Estuvimos en el Gotham Hotel. Se habían hecho las reservas y todo estaba en orden. Había una televisión en nuestra habitación pero todas las emisoras habían terminado y, puesto que teníamos la audición a las diez, no era cuestión de quedarse hasta más tarde. Papá nos mandó a la cama, cerró la puerta y salió. Jermaine y yo estábamos demasiado cansados hasta para hablar.

Todos estábamos levantados a tiempo a la mañana siguiente. Pero, en realidad, nos sentíamos tan nerviosos como él y saltamos de la cama en cuanto nos llamó porque no habíamos actuado en muchos lugares donde esperaban que fuéramos profesionales. Sabíamos que iba a ser difícil juzgar si lo estábamos haciendo bien. Estábamos acostumbrados a la respuesta del público tanto si estábamos compitiendo como si únicamente tocábamos en un club, pero papá nos había dicho que, cuanto más rato estuviéramos, más querrían oírnos.

Subimos al Volkswagen después de tomar cereales y leche en la cafetería. Me di cuenta de que ofrecían sémola en el menú, por lo que supe que había mucha gente del sur allí. Nunca habíamos ido al sur y queríamos visitar la tierra de mamá algún día. Deseábamos tener el sentido de nuestras raíces y las de los otros negros, en especial después de lo que le había sucedido al doctor Martin Luther King. Recuerdo muy bien el día en que murió. Todo el mundo quedó destrozado. Nosotros no ensayamos aquella noche. Me fui al Salón del Reino con mamá y algunas otras personas. La gente estaba llorando como si hubiera perdido a un miembro de su propia familia. Incluso los hombres, que por lo general eran bastante inconmovibles, fueron incapaces de controlar su pena. Yo era demasiado joven para captar toda la tragedia de la situación, pero cuando recuerdo ahora aquel día me entran ganas de llorar, por el doctor Martin Luther King, por su familia y por todos nosotros.

Jermaine fue el primero en localizar el estudio, que era conocido como Hitsville, U.S.A. Parecía algo destartalado, lo cual no era lo que yo había esperado. Nos preguntamos a quién podíamos ver, quién podía estar allí haciendo un disco aquel día. Papá nos había adiestrado para que le dejáramos decirlo todo a él. Nuestro trabajo era interpretar como nunca lo habíamos hecho antes. Y eso era pedir mucho, porque nosotros siempre lo ofrecíamos todo en cada representación, pero sabíamos lo que él quería decir.

Había multitud de gente esperando en el interior, pero papá dijo el santo y seña y salió un hombre con camisa y corbata a recibirnos. Conocía todos nuestros nombres, cosa que nos dejó atónitos. Nos pidió que dejáramos allí los abrigos y le siguiéramos. El resto de la gente nos miraba como si fuésemos fantasmas. Yo me preguntaba quién serían y cuál sería su caso. ¿Habrían llegado de un largo viaje? ¿Habrían estado allí esperando día tras día introducirse sin tener una hora dada?

Cuando entramos en el estudio, uno de los muchachos de Motown estaba ajustando una cámara de cine. Había un espacio donde se habían instalado instrumentos y micros. Papá se metió dentro de una de las cabinas de sonido para hablar con alguien y desapareció. Yo traté de imaginarme que me encontraba en el teatro Fox, en el escenario elevado y en que el trabajo era el mismo de siempre. Decidí, al mirar en mi derredor, que si alguna vez construía mi propio estudio, me procuraría un micrófono como el que tenían en el Apollo, que salía del suelo. Casi me caí de narices al bajar corriendo aquellas escaleras del sótano, intentando imaginarme adónde conducían cuando desaparecían lentamente por debajo del nivel del escenario.

La última canción que interpretamos era Who’s Loving You. Cuando terminó nadie aplaudió ni dijo una palabra. Yo no pude quedarme en la ignorancia, de modo que salté: «¿Cómo ha ido esto?» Jermaine me siseo. Los muchachos mayores que nos daban respaldo estaban riéndose de algo. Les miré por el rabillo del ojo. «¿Conque «Jackson Jive», eh?», dijo uno de ellos con una fuerte mueca.’ Me quedé confundido. Creo que mis hermanos también lo estaban.

El hombre que nos había guiado dijo: «Gracias por haber venido». Miramos el rostro de papá en busca de alguna indicación, pero no parecía ni contento ni decepcionado. Era todavía de día cuando salimos. Tomamos la carretera I-94 para volver a Gary, deprimidos, sabiendo que había deberes que hacer para la clase de mañana, y preguntándonos si en todo aquello no habría nada más que lo que se veía.

Una respuesta a Moonwalk

  1. noviademike dijo:

    Que linda iniciativa esta de publicar la autobiografias de Mike (que llega hasta sus 29 años).-
    Realmente chicas se estàn pasando en cuanto a enalteedcr a nuestro amado Mike.-
    Besos, las amo.-
    I love you Mike

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